NO SEAMOS PAVOS
Cómo y por qué el pasado nos
engaña cuando queremos tomar decisiones mirando hacia el futuro
Por Marilén Stengel y
Cristian Batista
El pavo, cada mañana al despertar, espera con ansiedad la llegada de
Ramón que día tras día, le trae su comida. Cada vez que lo alimenta, el pavo
cree que lo normal es que el granjero le provea su ración como lo hace siempre.
Días, semanas y meses fueron mostrando la eficacia de esta regla general. Su
confianza fue creciendo a medida que se fue repitiendo el suministro
alimentario. Cada día se sentía más seguro y mejor alimentado. Sin embargo, la
mañana del 24 de diciembre se presentó
distinta. Algo absolutamente inesperado ocurrió, algo que inevitablemente haría
revisar esta creencia para el resto de la especie. Ese día al amanecer, Ramón
sacrificó al pavo y lo llevó al mercado para venderlo tal como había planeado
desde el día de su nacimiento. Esta historia, quizás puede sintetizarse como la misma mano que te da de comer puede ser
la que te retuerza el cuello. La cuestión es ¿qué
tenemos en común los pavos y los humanos?
¡Atención
con generalizar!
El “problema del pavo”, como
lo llama el corredor de bolsa,
estadístico y filósofo Nassim Nicholas Taleb en su desafiante libro El cisne negro, es lo que técnicamente se llama el “problema de la inducción” y se puede extender a cualquier situación
donde lo que ocurre en el pasado nos lleva a pronosticar el futuro. Algo que todos hacemos de manera
cotidiana y sin reflexionar demasiado. De hecho, Taleb muestra, de manera exhaustiva a lo largo
de su libro, cómo historias del pasado conforman nuestras opiniones
sobre el mundo y por lo tanto, lo que
esperamos del futuro. Confundimos una observación ingenua o una experiencia del
pasado con un dato certero que nos permite encarar el futuro. Lo sorprendente no es la magnitud
de los errores de predicción que cometemos sino la falta de conciencia que
tenemos de ellos. Ahora bien, ¿cómo podemos pasar lógicamente del conocimiento
de casos particulares a las conclusiones generales? ¿Cómo sostener que algo que
sucedió durante años, seguirá sucediendo siempre?
El psicólogo Premio Nobel de Economía 2002, Daniel Kahneman en su libro
Pensar rápido, pensar despacio revela que se trata de dos instancias
distintas: una es la del yo que experimenta y la otra es la del
yo
que recuerda. Nuestros recuerdos son todo lo que conservamos de nuestra
experiencia vivida. Confundir nuestra experiencia con el recuerdo de la misma
es una poderosa ilusión cognitiva, ya que existe una diferencia entre lo que
efectivamente sucedió y lo que recordamos que pasó. Ahora bien, el yo
que recuerda es el único que registra y ordena todo lo que aprendemos
de la vida y también es el único que toma decisiones aunque a veces se
equivoque. De hecho, nuestra tendencia a
generalizar a partir de lo que hemos visto y experimentado, como el pavo de
nuestra historia, nos hace caer en los siguientes errores:
-
Error de
confirmación: solo buscamos y encontramos “pruebas” que apoyen nuestra
“teoría”. Por ejemplo, según muchas personas: “todos
los charlatanes son vendedores”. Sin embargo, el que enuncia esta “verdad” no
está considerando a todos aquellos charlatanes que no son vendedores.
-
Falacia
narrativa: nuestra necesidad de otorgarle coherencia a una historia hace que
nos engañemos al conectar una serie de hechos que de por sí no necesariamente
se encuentran conectados entre sí. Por ejemplo: “El día que José perdió su
empleo, su mujer lo dejó”. La secuencia de acciones no siempre implica
causalidad, pero nuestra mente busca coherencia en los relatos y si la
encuentra, entonces tiende a encontrar relaciones de causalidad.
-
Desconocimiento
y rechazo de la existencia de la incertidumbre. A ninguno de nosotros le
gusta vivir con la sensación de que “cualquier” cosa puede suceder en “cualquier”
momento y cambiar el rumbo de nuestra existencia. Sin
embargo, esa es precisamente la naturaleza
de nuestra vida.
-
Distorsión
y ocultamiento de las pruebas silenciosas: la historia es una construcción a posteriori de lo ocurrido que tiende a
ocultar y distorsionar los imprevistos al otorgarle sentido retroactivo. De
hecho esto es algo que sucedió, por ejemplo, con las explicaciones que se
dieron respecto del atentado a las Torres Gemelas ocurrido el 11 de septiembre
de 2001 en Nueva York. Algunos analistas llegaron a la conclusión que dado que
este hecho era inimaginable, los
servicios secretos de los Estados Unidos de América nunca habían podido
establecer la relación que existía entre algunos informes que habían recibido
previos a la agresión, que decían que se estaban entrenando a pilotos
fundamentalistas para que pudieran despegar pero no aterrizar, y el ataque del
11 S. Sólo con la perspectiva de la historia, la información recibida por los
servicios secretos adquiere sentido y ofrece una
explicación que antes no la tenía.
El propio Taleb señala que el atentado a las
Torres Gemelas ciertamente es un claro ejemplo de lo que él llama “Cisne Negro”, ya que se encuentra dentro de aquellos sucesos
raros, inesperados que provocan un impacto tremendo y de explicación retroactiva
que reconfiguran la realidad.
Hacer
predicciones es difícil
La lógica del “Cisne Negro”
hace que lo que no sabemos sea más importante que lo que sabemos. Como lo explica Taleb: “La incapacidad de predecir las rarezas
implica la incapacidad de predecir el curso de la historia”. Por eso, ¿cómo
podremos predecir el futuro basándonos en nuestro conocimiento ceñido del presente
y del pasado? Si esto fuera posible, el
hecho de conocer la cantidad de espectadores que concurrieron al estreno
anterior, por ejemplo, nos permitiría saber con precisión cuántos concurrirán
al próximo estreno. Algo que a todas
luces es imposible de hacer. El núcleo del problema
es que para entender el futuro hasta el punto de animarnos a predecirlo,
necesitamos incorporar hoy elementos de ese mismo futuro. Dicho de otro
modo, si aguardamos esperar algo en el futuro entonces necesitamos
esperarlo desde ahora, en el presente no en el futuro. Pero, al
proyectar el futuro tendemos a descartar las rarezas y los resultados adversos
porque nuestras elecciones y decisiones están modeladas por nuestros recuerdos.
Nuestra arrogancia en lo que se refiere a los límites de nuestro conocimiento
nos lleva a sobreestimar lo que sabemos y a infravalorar la incertidumbre, lo
aleatorio y lo inesperado.
El
problema de decidir
El mayor problema humano es comprender cómo
actuar en condiciones inciertas al no poder contar con la información completa,
situación harto frecuente ya que muchas veces cuesta obtenerla o es difícil
almacenarla o manipularla o bien se torna muy trabajosa recuperarla.
Además, nunca llegaremos a predecir lo que va a suceder con certeza, y sin embargo podemos advertir cómo podrían afectarnos sus
consecuencias. Por ejemplo, si vamos a emprender un viaje en auto, no sabemos
de antemano si nuestro coche tendrá un desperfecto o sufriremos un accidente. No
obstante, lo que sí podemos hacer es mitigar las consecuencias de lo raro e inesperado para minimizar nuestra exposición al riesgo. Entonces enviamos
el vehículo al taller para hacer una revisión de su funcionamiento y una vez en
la ruta, cumplimos las reglas de tránsito y manejamos con precaución.
En las organizaciones, así
como en la vida privada, la necesidad de proyectar hacia el futuro
y atenuar la exposición al riesgo hace que las cuestiones que
plantea Taleb sean cruciales. De hecho, por ejemplo, cuando
planteamos estos temas a equipos ligados fuertemente a temas
de seguridad, hacemos
hincapié en la dificultad de prever los accidentes con
base en la experiencia acumulada en el pasado, y
también en la importancia de minimizar la brecha de
errores conocidos para que un evento Cisne Negro los
encuentre lo mejor parados posible.
En
contextos tan dinámicos y cambiantes como los que estamos viviendo hoy, las
recetas no sirven. Se trata de aprender a
aprender de forma continua con humildad, paciencia, con la valoración de
los aportes que hacen los demás y la conciencia de
que el pasado ofrece poco sustento para pronosticar el
futuro. Conocer esto nos puede ayudar a no decidir y
proyectar el futuro como si fuéramos pavos.
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