Gerentes
de felicidad… ¿En serio?
Por
Marilen Stengel
Las palabras son importantes porque remiten a
realidades sean estas tangibles o intangibles. Por eso, ¿qué significa que en
una compañía u organización haya un “gerente de felicidad”? ¿A qué felicidad se refieren? ¿Acaso existe
alguien que puede gerenciar la
felicidad de otros?
Lo cierto es que hay
muchas definiciones de felicidad. Una interesante la aporta el teólogo y
filósofo escocés Thomas Chalmers (1780- 1847) que la definía así: “La dicha de
la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y algo
que esperar”. Lo que resulta interesante de la definición de Chalmers es que en
ella está implícita la idea de que la
felicidad es el resultado de una manera de vivir, de una manera de conducirse
con valores y de responsabilizarse por el impacto de las propias acciones y
elecciones. Es decir, la felicidad de cada individuo es el resultado de un ejercicio
personal en el que otros seguramente estarán presentes, pero cuya
responsabilidad es exclusivamente del que vive.
A su vez, la felicidad,
concebida como el resultado de una forma de vivir no puede confundirse con la
alegría, una emoción pasajera que es básicamente una respuesta automática ante
un estímulo del contexto. No hay nada malo con la alegría, por el contrario,
pero si la confundimos con ese río hondo que es la felicidad acabaremos por
perdernos de ambas.
En un mundo en el que las
acciones cosméticas tiene más rating que las búsquedas de satisfacción profunda,
en el que se cree que a las personas se las fideliza
en sus trabajos si están “divertidos”, olvidan que como decía Víctor Frankl,
médico y filósofo, creador de la logoterapia, toda vida tiene sentido y que es
tarea de cada uno de nosotros responder a la interpelación que ella nos hace
cada día. La vida, según Frankl, nos pregunta cada mañana: “¿Qué vas a hacer
conmigo? La respuesta a esta pregunta es personal y en ella está implícito el
sentido de nuestra existencia. Sentido como opuesto de vacío. En el sentido
anida la felicidad.
¿Será de esto de lo que se
ocupan los gerentes de felicidad? ¿No será un poco mucho o incluso soberbio eso
de pretenderse capaz de gestionar la
felicidad de otros? Ni la felicidad ni la vida pueden ser gerenciadas
sencillamente porque no son “productos”.
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