¿Quién
es Claudia?
Comunicación,
consumo y estereotipos de género
Por
Marilén Stengel*
Claudia
nació en 2009 como personaje encarnado por Paola Barrientos, talentosa
actriz de teatro, e iba a protagonizar en principio un único spot publicitario
para el Banco de Galicia. Hoy su personaje se ha convertido en una de las
mujeres más populares de la pantalla chica. Está casada con Marcos, a quien el
actor Gonzalo Suárez da vida y encanto, y tienen una hija
pequeña que queda al cuidado de él, mientras ella sale en sus interminables
raids de compras. A Claudia y a Marcos les ha pasado mucho en estos siete años
de vida: se casaron, se distanciaron debido a la compulsión a las compras de
ella, y luego volvieron a estar juntos. Los telespectadores fueron testigos de las
idas y venidas de la pareja y siguieron sus derroteros afectivos como si en
verdad fueran famosos que ventilaran su vida privada en los medios.
Después
de tantos años de ininterrumpido éxito, cabría preguntarse a qué se debe
semejante repercusión ¿Acaso al talento interpretativo de Suarez y Barrientos?
¿A que la dirección de los comerciales está a cargo de Juan Taratuto, el
cineasta que ya mostró lo suyo en "Un novio para mi mujer"? ¿A que en 2014 los responsables creativos de Young & Rubicam le propusieron al
Galicia llevar a estos personajes a
locaciones reconocibles y filmar las publicidades con cámara oculta y con
estética de reality
show?
Sin
duda, todo lo dicho contribuyó a la
persistencia de la pareja en la TV, sin embargo el origen profundo de la adhesión
que estos comerciales genera en el público está más bien en el hecho de que
tanto Claudia como Marcos encarnan modelos o estereotipos que resuenan poderosamente
en el inconsciente colectivo de nuestra sociedad. Aquellos que dicen que las
mujeres son locas por el consumo y los hombres son seres austeros que generan
el dinero y los que en algún momento se ven en la obligación de gritar, como lo
hace Marcos, “¡Detengan a esa mujer, detengan esa tarjeta!”.
Porque si observamos con algo de atención a cómo
aparecen las mujeres en los comerciales en Argentina, vemos que a ellas se las
representa básicamente a través de cuatro aspectos. El primero es el de las adictas
a las compras, que es el caso de
Claudia, el segundo que compite en popularidad con el primero, el de las
fregonas compulsivas que celebran
histéricamente la aparición providencial de un súper héroe de la limpieza que
para colmo de males no hace la tarea por ellas. El tercero es el de las madres estresadas que en cuanto toman la
decisión de, por ejemplo, darse un baño de inmersión, provocan una mega crisis
familiar. Y por último y no por esto menor, las mujeres adorno, que sirven para vender autos, máquinas de afeitar o
cualquier artículo que tenga a los varones como target. Pero, la cosa tampoco
termina ahí. Los hombres en esas mismas publicidades o bien brillan por su
ausencia o son caracterizados como unos inútiles seriales que no sólo no
consiguen gestionar los aspectos más básicos de la vida de sus hijos, sino que
tampoco pueden con la propia en el ámbito doméstico.
Es sabido que el objetivo de la publicidad nunca fue
cuestionar creencias arraigadas en la sociedad aunque estas fueran tóxicas, muy
por el contrario, se vale de ellas para lograr identificación. Es precisamente
por eso que son tan populares tanto Claudia como Marcos. El problema es que los
mensajes que subyacen a estas publicidades, como muchas otras, son
desvalorizadores tanto para los varones como para las mujeres. Y lo son porque
los unos “valen” si son proveedores materiales aún cuando estén desprovistos de
toda aptitud para la gestión de la vida familiar, y las mujeres son seres con
muy pocas luces cuya razón de ser son el shopping, la ropa o la limpieza. Con
esta concepción del mundo, los hombres siguen valiendo por el peso de sus
billeteras y a las mujeres se las reduce a sus funciones domésticas como si el
siglo XX jamás hubiera transcurrido y el XXI no hubiera comenzado.
Marilén
Stengel* De la cocina a la oficina, qué
ganan y que pierden las mujeres que trabajan, su último libro.
Te olvidaste de otro estereotipo: el de las "buenas" madres que nunca gritan aunque el chico venga con toda la ropa llena de barro, las que preparan desayunos amorosos y sin el apuro de las 7 de la mañana y las que "cocinan" también amorosamente (eso sí, con todo cuasi elaborado porque todos los ingredientes son químicos preparados de antemano...) aquellas que sonríen con amor inconmensurable de madre aún cuando el párvulo arroje sobre la alfombra todo el contenido de sus temperas antes de que la eventual obra de arte pudiera haber nacido. Las que gritamos ante el enchastre y la cochambre somos malas madres que les cortamos las alas de expresión...
ResponderEliminarEs cierto, María Eugenia, hay cientos de estereotipos según el rol! Gracias por tu comentario.
ResponderEliminarMe acuerdo también de un producto para el resfrío en que se dice "las madres no pueden enfermarse" o algo parecido.¡¡patético!!
ResponderEliminarElvira
El otro día hablaba con una amiga que tiene dos hijos (12 y 10) y estaba agotada. Le pregunté, ¿sabés por qué estás tan cansada? Mi amiga tardó dos segundos y dijo ¿Por qué de las madres se espera todo? CLARO LE DIJE!!!
ResponderEliminarGracias por el intercambio!