Más
emociones, menos emoticones
Por Marilen Stengel*
A pesar de que hace ya 21 años que Daniel Goleman publicó
su famoso libro La Inteligencia Emocional,
y con él pateó el tablero de cómo se medían, en exclusiva, las capacidades humanas tanto en la escuela
como en el trabajo, estas, las emociones siguen generando importantes diferencias
de criterio en los entornos laborales. ¿Cuánta expresión emocional es
aceptable? ¿En qué momentos lo es? ¿Hombres y mujeres disfrutan del mismo “permiso”
para expresarlas? ¿O todavía los hombres están más “penalizados” a la hora de
manifestarlas? ¿Las mujeres siguen siendo consideradas “demasiado emocionales”?
Y además, ¿qué significa demasiado
emocional? ¿Es realmente cierto que en esta área los jóvenes millenials vienen
menos condicionados que las generaciones anteriores? Y de ser así, gracias a
este rasgo, ¿realizan un aporte de valor y diferencial a las organizaciones que
integran?
Estas preguntas surgen una y otra vez en los workshops cuando exploramos temas de
trabajo en equipo, de liderazgo pero sobre todo cuando abordamos temas de
autoliderazgo. Aparecen especialmente ente las ejecutivas, cada vez que propongo
un momento de introspección para que realicen una autoevaluación de sus
competencias emocionales. Invariablemente, en los primero lugares de las competencias
a seguir desarrollando se encuentra “el control emocional”.
En lo personal, no creo en el control emocional aunque sí en la gestión de las mismas. En mi experiencia,
son las mujeres las más conscientes respecto del “límite aceptable” que la
expresión de estas sigue teniendo en las organizaciones. Los hombres históricamente aprendieron a
reprimirlas y por eso demasiados siguen teniendo altos índices de infartos, de
ACVs, de hipertensión, hiperglucemia… enfermedades que de a poco las mujeres
van adquiriendo, aún cuando lentamente algunos cambios positivos comienzan a
verse en el horizonte.
Lo cierto es que las emociones cumplen una función
indispensable para los humanos y es la de aportar información acerca del estado
interno de cada uno de nosotros. No existen las emociones negativas o tóxicas,
la ira, la envidia, el miedo, entre muchas otras hablan, de procesos interiores
de los que jamás nos daríamos cuenta si esas emociones no vinieran a contarnos
qué nos está sucediendo. No es la emoción la negativa, es la manifestación disfuncional de la misma, la que nos
lastima tanto a nosotros como a quienes nos rodean. Percibir la emoción,
comprender su mensaje y trabajar en la manera funcional de canalizarla, es la
mejor manera de lograr un desarrollo armónico de nuestra inteligencia emocional
y la única de lograr equipos sustentables en el tiempo.
Nadie deja sus emociones en la puerta de la oficina,
primero porque es imposible, segundo porque sin ellas no tomaríamos buenas
decisiones y tercero, porque es lo único que nos permite comprender a otros, un
aspecto indispensable no solo a la hora de trabajar con otros, sino de convivir en
sociedad.
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