viernes, 27 de mayo de 2016

Gerentes de felicidad… ¿En serio?


Por Marilen Stengel

Las palabras son importantes porque remiten a realidades sean estas tangibles o intangibles. Por eso, ¿qué significa que en una compañía u organización haya un “gerente de felicidad”?  ¿A qué felicidad se refieren? ¿Acaso existe alguien que puede gerenciar la felicidad de otros?

Lo cierto es que hay muchas definiciones de felicidad. Una interesante la aporta el teólogo y filósofo escocés Thomas Chalmers (1780- 1847) que la definía así: “La dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar y algo que esperar”. Lo que resulta interesante de la definición de Chalmers es que en ella  está implícita la idea de que la felicidad es el resultado de una manera de vivir, de una manera de conducirse con valores y de responsabilizarse por el impacto de las propias acciones y elecciones. Es decir, la felicidad de cada individuo es el resultado de un ejercicio personal en el que otros seguramente estarán presentes, pero cuya responsabilidad es exclusivamente del que vive.

A su vez, la felicidad, concebida como el resultado de una forma de vivir no puede confundirse con la alegría, una emoción pasajera que es básicamente una respuesta automática ante un estímulo del contexto. No hay nada malo con la alegría, por el contrario, pero si la confundimos con ese río hondo que es la felicidad acabaremos por perdernos de ambas.

En un mundo en el que las acciones cosméticas tiene más rating que las búsquedas de satisfacción profunda, en el que se cree que a las personas se las fideliza en sus trabajos si están “divertidos”, olvidan que como decía Víctor Frankl, médico y filósofo, creador de la logoterapia, toda vida tiene sentido y que es tarea de cada uno de nosotros responder a la interpelación que ella nos hace cada día. La vida, según Frankl, nos pregunta cada mañana: “¿Qué vas a hacer conmigo? La respuesta a esta pregunta es personal y en ella está implícito el sentido de nuestra existencia. Sentido como opuesto de vacío. En el sentido anida la felicidad.

¿Será de esto de lo que se ocupan los gerentes de felicidad? ¿No será un poco mucho o incluso soberbio eso de pretenderse capaz de gestionar la felicidad de otros? Ni la felicidad ni la vida pueden ser gerenciadas sencillamente porque no son “productos”.

sábado, 14 de mayo de 2016


NO SEAMOS PAVOS


Cómo y por qué el pasado nos engaña cuando queremos tomar decisiones mirando hacia el futuro


Por Marilén Stengel y Cristian Batista





El pavo, cada mañana al despertar, espera con ansiedad la llegada de Ramón que día tras día, le trae su comida. Cada vez que lo alimenta, el pavo cree que lo normal es que el granjero le provea su ración como lo hace siempre. Días, semanas y meses fueron mostrando la eficacia de esta regla general. Su confianza fue creciendo a medida que se fue repitiendo el suministro alimentario. Cada día se sentía más seguro y mejor alimentado. Sin embargo, la mañana del  24 de diciembre se presentó distinta. Algo absolutamente inesperado ocurrió, algo que inevitablemente haría revisar esta creencia para el resto de la especie. Ese día al amanecer, Ramón sacrificó al pavo y lo llevó al mercado para venderlo tal como había planeado desde el día de su nacimiento. Esta historia, quizás puede sintetizarse como la misma mano que te da de comer puede ser la que te retuerza el cuello. La cuestión es ¿qué tenemos en común los pavos y los humanos?

¡Atención con generalizar!

El “problema del pavo”, como lo llama  el corredor de bolsa, estadístico y filósofo Nassim Nicholas Taleb en su desafiante libro El cisne negro,  es lo que técnicamente se llama el “problema de la inducción” y se puede extender a cualquier situación donde lo que ocurre en el pasado nos lleva a pronosticar el futuro. Algo que todos hacemos de manera cotidiana y sin reflexionar demasiado. De hecho, Taleb muestra, de manera exhaustiva a lo largo de su libro, cómo historias del pasado conforman nuestras opiniones sobre el mundo y por lo tanto,  lo que esperamos del futuro. Confundimos una observación ingenua o una experiencia del pasado con un dato certero que nos permite encarar  el futuro. Lo sorprendente no es la magnitud de los errores de predicción que cometemos sino la falta de conciencia que tenemos de ellos. Ahora bien, ¿cómo podemos pasar lógicamente del conocimiento de casos particulares a las conclusiones generales? ¿Cómo sostener que algo que sucedió durante años, seguirá sucediendo siempre?

El psicólogo Premio Nobel de Economía 2002, Daniel Kahneman en su libro Pensar rápido, pensar despacio revela que se trata de dos instancias distintas: una es la del yo que experimenta y la otra es la del yo que recuerda. Nuestros recuerdos son todo lo que conservamos de nuestra experiencia vivida. Confundir nuestra experiencia con el recuerdo de la misma es una poderosa ilusión cognitiva, ya que existe una diferencia entre lo que efectivamente sucedió y lo que recordamos que pasó. Ahora bien, el yo que recuerda es el único que registra y ordena todo lo que aprendemos de la vida y también es el único que toma decisiones aunque a veces se equivoque. De hecho, nuestra tendencia a generalizar a partir de lo que hemos visto y experimentado, como el pavo de nuestra historia, nos hace caer en los siguientes errores:

 

-          Error de confirmación: solo buscamos y encontramos “pruebas” que apoyen nuestra “teoría”. Por ejemplo, según muchas personas: “todos los charlatanes son vendedores”. Sin embargo, el que enuncia esta “verdad” no está considerando a todos aquellos charlatanes que no son vendedores.

-          Falacia narrativa: nuestra necesidad de otorgarle coherencia a una historia hace que nos engañemos al conectar una serie de hechos que de por sí no necesariamente se encuentran conectados entre sí. Por ejemplo: “El día que José perdió su empleo, su mujer lo dejó”. La secuencia de acciones no siempre implica causalidad, pero nuestra mente busca coherencia en los relatos y si la encuentra, entonces tiende a encontrar relaciones de causalidad.

-          Desconocimiento y rechazo de la existencia de la incertidumbre. A ninguno de nosotros le gusta vivir con la sensación de que “cualquier” cosa puede suceder en “cualquier” momento y cambiar el rumbo de nuestra existencia. Sin embargo, esa es precisamente la naturaleza de nuestra vida.

-          Distorsión y ocultamiento de las pruebas silenciosas: la historia es una construcción a posteriori de lo ocurrido que tiende a ocultar y distorsionar los imprevistos al otorgarle sentido retroactivo. De hecho esto es algo que sucedió, por ejemplo, con las explicaciones que se dieron respecto del atentado a las Torres Gemelas ocurrido el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. Algunos analistas llegaron a la conclusión que dado que este hecho era inimaginable, los servicios secretos de los Estados Unidos de América nunca habían podido establecer la relación que existía entre algunos informes que habían recibido previos a la agresión, que decían que se estaban entrenando a pilotos fundamentalistas para que pudieran despegar pero no aterrizar, y el ataque del 11 S. Sólo con la perspectiva de la historia, la información recibida por los servicios secretos adquiere sentido y ofrece una explicación que antes no la tenía.

El propio Taleb señala que el atentado a las Torres Gemelas ciertamente es un claro ejemplo  de lo que él llama “Cisne Negro”, ya que se encuentra dentro de aquellos sucesos raros, inesperados que provocan un impacto tremendo y de explicación retroactiva que reconfiguran la realidad.  

Hacer predicciones es difícil

La lógica del “Cisne Negro” hace que lo que no sabemos sea más importante que lo que sabemos.  Como lo explica Taleb: “La incapacidad de predecir las rarezas implica la incapacidad de predecir el curso de la historia”. Por eso, ¿cómo podremos predecir el futuro basándonos en nuestro conocimiento ceñido del presente y del pasado?  Si esto fuera posible, el hecho de conocer la cantidad de espectadores que concurrieron al estreno anterior, por ejemplo, nos permitiría saber con precisión cuántos concurrirán al próximo estreno.  Algo que a todas luces es imposible de hacer. El núcleo del problema es que para entender el futuro hasta el punto de animarnos a predecirlo, necesitamos incorporar hoy elementos de ese mismo futuro. Dicho de otro modo, si aguardamos esperar algo en el futuro entonces necesitamos esperarlo desde ahora, en el presente no en el futuro. Pero, al proyectar el futuro tendemos a descartar las rarezas y los resultados adversos porque nuestras elecciones y decisiones están modeladas por nuestros recuerdos. Nuestra arrogancia en lo que se refiere a los límites de nuestro conocimiento nos lleva a sobreestimar lo que sabemos y a infravalorar la incertidumbre, lo aleatorio y lo inesperado.

El problema de decidir

El mayor problema humano es comprender cómo actuar en condiciones inciertas al no poder contar con la información completa, situación harto frecuente ya que muchas veces cuesta obtenerla o es difícil almacenarla o manipularla o bien se torna muy trabajosa recuperarla.

Además,  nunca llegaremos a predecir lo que va a suceder con certeza, y sin embargo podemos advertir cómo podrían afectarnos sus consecuencias. Por ejemplo, si vamos a emprender un viaje en auto, no sabemos de antemano si nuestro coche tendrá un desperfecto o sufriremos un accidente. No obstante, lo que sí podemos hacer es mitigar las consecuencias de lo raro e inesperado para minimizar nuestra exposición al riesgo. Entonces enviamos el vehículo al taller para hacer una revisión de su funcionamiento y una vez en la ruta, cumplimos las reglas de tránsito y manejamos con precaución.   

En las organizaciones, así como en la vida privada, la necesidad de proyectar hacia el futuro y atenuar la exposición al riesgo hace que las cuestiones que plantea Taleb sean cruciales. De hecho, por ejemplo, cuando planteamos estos temas a equipos ligados fuertemente a temas de seguridad, hacemos hincapié en la dificultad de prever los accidentes con base en la experiencia acumulada en el pasado, y también en la importancia de minimizar la brecha de errores conocidos para que un evento Cisne Negro los encuentre lo mejor parados posible.

En contextos tan dinámicos y cambiantes como los que estamos viviendo hoy, las recetas no sirven. Se trata de aprender a aprender de forma continua con humildad, paciencia, con la valoración de los aportes que hacen los demás y la conciencia de que el pasado ofrece poco sustento para pronosticar el futuro. Conocer  esto nos puede ayudar a no decidir y proyectar el futuro como si fuéramos pavos. 

jueves, 5 de mayo de 2016


¿Quién es Claudia?

Comunicación, consumo y estereotipos de género

Por Marilén Stengel*

Claudia nació en 2009 como personaje encarnado por Paola Barrientos, talentosa actriz de teatro, e iba a protagonizar en principio un único spot publicitario para el Banco de Galicia. Hoy su personaje se ha convertido en una de las mujeres más populares de la pantalla chica. Está casada con Marcos, a quien el actor Gonzalo Suárez da vida y encanto, y tienen una hija pequeña que queda al cuidado de él, mientras ella sale en sus interminables raids de compras. A Claudia y a Marcos les ha pasado mucho en estos siete años de vida: se casaron, se distanciaron debido a la compulsión a las compras de ella, y luego volvieron a estar juntos. Los telespectadores fueron testigos de las idas y venidas de la pareja y siguieron sus derroteros afectivos como si en verdad fueran famosos que ventilaran su vida privada en los medios.

Después de tantos años de ininterrumpido éxito, cabría preguntarse a qué se debe semejante repercusión ¿Acaso al talento interpretativo de Suarez y Barrientos? ¿A que la dirección de los comerciales está a cargo de Juan Taratuto, el cineasta que ya mostró lo suyo en "Un novio para mi mujer"? ¿A que en 2014 los responsables creativos de Young & Rubicam le propusieron al Galicia llevar a estos personajes a locaciones reconocibles y filmar las publicidades con cámara oculta y con estética de reality show?

Sin duda,  todo lo dicho contribuyó a la persistencia de la pareja en la TV, sin embargo el origen profundo de la adhesión que estos comerciales genera en el público está más bien en el hecho de que tanto Claudia como Marcos encarnan modelos o estereotipos que resuenan poderosamente en el inconsciente colectivo de nuestra sociedad. Aquellos que dicen que las mujeres son locas por el consumo y los hombres son seres austeros que generan el dinero y los que en algún momento se ven en la obligación de gritar, como lo hace Marcos, “¡Detengan a esa mujer, detengan esa tarjeta!”.

Porque si observamos con algo de atención a cómo aparecen las mujeres en los comerciales en Argentina, vemos que a ellas se las representa básicamente a través de cuatro aspectos. El primero es el de  las adictas a las compras, que es el caso de Claudia, el segundo que compite en popularidad con el primero, el de las fregonas compulsivas que celebran histéricamente la aparición providencial de un súper héroe de la limpieza que para colmo de males no hace la tarea por ellas. El tercero es el de las madres estresadas que en cuanto toman la decisión de, por ejemplo, darse un baño de inmersión, provocan una mega crisis familiar. Y por último y no por esto menor, las mujeres adorno, que sirven para vender autos, máquinas de afeitar o cualquier artículo que tenga a los varones como target. Pero, la cosa tampoco termina ahí. Los hombres en esas mismas publicidades o bien brillan por su ausencia o son caracterizados como unos inútiles seriales que no sólo no consiguen gestionar los aspectos más básicos de la vida de sus hijos, sino que tampoco pueden con la propia en el ámbito doméstico.

Es sabido que el objetivo de la publicidad nunca fue cuestionar creencias arraigadas en la sociedad aunque estas fueran tóxicas, muy por el contrario, se vale de ellas para lograr identificación. Es precisamente por eso que son tan populares tanto Claudia como Marcos. El problema es que los mensajes que subyacen a estas publicidades, como muchas otras, son desvalorizadores tanto para los varones como para las mujeres. Y lo son porque los unos “valen” si son proveedores materiales aún cuando estén desprovistos de toda aptitud para la gestión de la vida familiar, y las mujeres son seres con muy pocas luces cuya razón de ser son el shopping, la ropa o la limpieza. Con esta concepción del mundo, los hombres siguen valiendo por el peso de sus billeteras y a las mujeres se las reduce a sus funciones domésticas como si el siglo XX jamás hubiera transcurrido y el XXI no hubiera comenzado.  

Marilén Stengel* De la cocina a la oficina, qué ganan y que pierden las mujeres que trabajan, su último libro.