miércoles, 21 de abril de 2021

Exigencia y Excelencia ¿y si no fueran lo mismo?

¿Cómo evaluas tus resultados? ¿Los del equipo? ¿Los de tus hijos? ¿Qué criterios rigen tus consideraciones? ¿Cuándo estas satisfecha/o con lo que lograste o lograron otros?

Durante años, al término de un proyecto me preguntaba acerca de las condiciones de satisfacción, cuáles y cuantas había cumplido y en qué medida. A veces, hasta me animaba a incluir el factor placer y diversión como pauta, pero al final del día la pregunta que me hacía es: ¿cumpliste o no cumpliste? Y a veces había dejado la piel, el equipo la había dejado y aún así, “no lo habíamos logrado”. En esos momentos nadie se sentía bien. ¿Pero es esta la única  y la mejor forma de ponderar nuestros objetivos? Obviamente no, pero ¿por qué tiende a ser la más común de todas?

 La Exigencia y la Excelencia son dos actitudes opuestas ante el trabajo y y la vida y proponen caminos divergentes. En la exigencia el foco esta puesto en el resultado, en si lo logré o no, si lo entregué o no, si llegué a tiempo o no. Cuando somos exigentes estamos divorciados completamente del proceso, lo que tuvimos que hacer para llegar a ese resultado. Con esta actitud, en las organizaciones se rompen los equipos, las personas se estresan y los resultados igual no se sostienen en el tiempo. Por el contrario, la Excelencia pone foco en el proceso, en el camino que se debe seguir para asegurar un resultado de calidad. Es por esto que todas las certificaciones, legitiman procesos y no resultados. Cada vez que voy a evaluarme o acompaño a otros en sus propias apreciaciones, intento recordarme que lo verdaderamente relevante es la actitud con la que he recorrido el camino y no sólo el kilometraje transitado.

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